Amanecer / Capítulo I: Silencio

 El motivo de esta novela ligera corta es abordar de manera sensible y realista la conciencia sobre el suicidio y la prevención del mismo a través de la historia de Haruka y sus amigas. La narrativa busca iluminar el dolor emocional y las luchas internas que se enfrentan en estas situaciones, así como la importancia de la comunicación abierta y el apoyo emocional en momentos de crisis.

El sonido del despertador rompió el silencio que inundaba la habitación de Haruka. Su mano, rápida y precisa, lo apagó antes de que el ruido pudiese extenderse por toda la casa. Miró el techo por un momento, sintiendo el vacío que se había instalado en su vida. Desde la muerte de su padre, las mañanas eran un recordatorio cruel de su ausencia.

Se levantó lentamente, casi por inercia, y se dirigió al baño. Frente al espejo, se miró sin realmente verse. El rostro pálido que le devolvía la mirada era el de una extraña. "Otra mañana", pensó. "Otro día fingiendo estar bien".

Desde que había regresado a la escuela, tras meses de ausencia, nada parecía tener sentido. So-Yun, su madre, intentaba actuar como si todo estuviera bajo control, pero Haruka veía en sus ojos la misma tristeza que la carcomía. Ambas se evitaban en la casa, como si el dolor compartido fuera una barrera insalvable entre ellas.

En la cocina, So-Yun estaba preparando el desayuno. Los sonidos de los utensilios y la comida en la sartén llenaban el ambiente, pero el silencio entre ellas era palpable. Haruka tomó asiento sin decir una palabra.

—¿Vas a la escuela hoy? —preguntó su madre sin mirarla, su voz baja y cautelosa.

Haruka asintió. El nudo en su garganta le impedía hablar. So-Yun, acostumbrada ya a esa falta de respuesta, no insistió. Colocó un plato con tostadas frente a ella y se sentó al otro lado de la mesa. Ninguna de las dos tocó su comida.

—¿Necesitas algo más para el almuerzo? —intentó nuevamente So-Yun, buscando alguna forma de conectar.

—No, mamá. Estoy bien —murmuró Haruka, sin levantar la mirada.

So-Yun suspiró, dejando el tema, pero el peso en el ambiente era palpable.

Haruka deseaba poder decir algo, cualquier cosa. Quería gritar, llorar, preguntar cómo su madre podía seguir adelante cuando ella misma sentía que el mundo se le desmoronaba, pero las palabras se quedaban atrapadas. En su mente, las imágenes de su padre seguían vívidas: su risa, su voz cálida, su presencia tranquilizadora. Ahora todo era vacío, y ella no sabía cómo llenarlo.

Finalmente, Haruka se levantó, tomó su mochila y salió de la casa sin despedirse. Mientras caminaba hacia la escuela, el sonido de las hojas secas bajo sus pies era el único acompañante que le hacía compañía.

El regreso de Haruka a la escuela fue un evento silencioso. Nadie se atrevía a decir mucho, pero todos sentían la tensión en el aire. Mientras caminaba por los pasillos, las miradas se fijaban en ella. Algunas eran de curiosidad, otras de preocupación, pero Haruka mantenía su rostro frío, como si nada la afectara.

En el aula, Miyu, su mejor amiga desde la infancia, la esperaba ansiosa. Al verla entrar, se levantó rápidamente y fue a su encuentro.

—¡Haruka! —dijo Miyu, su voz un poco temblorosa—. ¡Me alegra tanto que hayas vuelto!

Haruka apenas la miró de reojo y asintió, como si las palabras de su amiga no pudieran atravesar el muro que había construido a su alrededor.

—Gracias —respondió con voz distante mientras se dirigía a su asiento.

Miyu la siguió, sin saber cómo reaccionar ante la frialdad de Haruka. Solían hablar de todo, pero ahora parecía que había un abismo entre ellas.

—Si necesitas algo... —intentó decir Miyu, pero Haruka ya había sacado su cuaderno, claramente intentando cerrar la conversación.

—Estoy bien, de verdad —cortó Haruka sin mirarla.

Miyu se quedó en silencio, sin saber qué más decir. A su alrededor, Yui, Rina y Nao también notaron la tensión. Ninguna de ellas sabía exactamente lo que Haruka había pasado, pero todas sentían que algo muy profundo y doloroso estaba detrás de esa nueva actitud distante.

Durante la clase, Haruka se mantuvo en su burbuja, sin interactuar con nadie. Pero en su mente, las palabras de Miyu resonaban. Sabía que su amiga solo intentaba ayudarla, pero... ¿cómo podía explicarle que el dolor que sentía era algo que no se podía compartir tan fácilmente?

Al llegar a casa, Haruka sintió la necesidad de conectar con su padre de alguna manera. Se dirigió a la habitación que usaba como despacho y se encontró con la puerta de su padre entreabierta. Al entrar, el aroma familiar la envolvió. Miró alrededor, recordando momentos felices que parecían tan lejanos. Su mirada se detuvo en un viejo álbum de fotos sobre el escritorio. Lo abrió con cuidado y comenzó a pasar las páginas, viendo a su padre sonreír. Las lágrimas comenzaron a brotar mientras el peso de su ausencia se hacía más palpable.


El Regreso

Al siguiente día, después de la escuela, Haruka caminó sola hacia su casa. El viento otoñal movía las hojas caídas a su alrededor, y el sonido crujiente bajo sus pies la mantenía presente en el momento, aunque su mente estaba lejos.

—Haruka... —escuchó una voz suave detrás de ella.

Era Miyu, quien la había alcanzado tras salir del colegio.

—¿Qué quieres, Miyu? —preguntó Haruka, sin detenerse ni volverse.

—Quiero hablar contigo, por favor —insistió Miyu, caminando a su lado—. No tienes que decirme todo, pero... quiero estar ahí para ti. Sé que algo te está lastimando.

Haruka se detuvo de golpe, haciendo que Miyu casi tropezara. Se giró para mirarla directamente a los ojos, y por primera vez desde su regreso, dejó que una pequeña parte de su dolor se viera en su expresión.

—Miyu... No quiero hablar de eso. No ahora.

Miyu retrocedió un poco, sorprendida por el tono serio en la voz de Haruka, pero no se rindió.

—Lo entiendo, pero no puedo verte así. No soy buena para quedarme callada cuando alguien que am... me importa está sufriendo. Por favor, solo dime qué puedo hacer.

Haruka suspiró profundamente. Sabía que Miyu no iba a rendirse, pero el peso en su pecho seguía siendo abrumador.

—Solo... sigue siendo mi amiga. Eso es todo lo que necesito ahora. No me preguntes más, por favor —dijo Haruka, con su voz quebrándose ligeramente.

Miyu asintió, mordiéndose los labios, intentando no presionar más. Pero algo en ella sabía que había algo muy serio ocurriendo. Solo esperaba que Haruka se abriera a tiempo.

Al llegar a la escuela al día siguiente, Haruka notó cómo sus compañeros la miraban. Algunos se giraban para susurrar, otros la evitaban por completo, como si su dolor fuese contagioso. Se sentía atrapada entre la compasión y el rechazo, y eso la hacía sentir aún más sola.

Durante la clase, la profesora hizo un comentario sobre el regreso de Harukaa las clases, y un murmullo recorrió el aula. Algunos compañeros la miraron con tristeza, mientras otros parecían incómodos. La exclusión y la sobreprotección la envolvían, dejándola en un lugar que no quería ocupar.

Haruka se sintió abrumada por la atención, deseando poder desaparecer en lugar de ser el centro de todas las miradas. A lo largo del día, el peso de los ojos sobre ella se volvió cada vez más insoportable, y las palabras de Miyu resonaban en su mente: "Quiero estar ahí para ti". Pero, ¿cómo podía permitirle entrar en su mundo roto?


Fragmentos

Esa noche, en casa, Haruka estaba sentada en la mesa del comedor con su madre, So-Yun. El silencio entre ellas era palpable, y aunque ambas estaban acostumbradas a cenar sin muchas palabras desde la muerte de su padre, esa noche se sentía particularmente tensa.

—¿Cómo te fue en la escuela hoy? —preguntó So-Yun, intentando iniciar una conversación, aunque con cierta vacilación.

Haruka levantó la mirada del plato, sorprendida por la pregunta. No solían hablar mucho desde que su padre había fallecido.

—Bien... supongo —respondió Haruka, sin querer profundizar demasiado.

So-Yun dejó los palillos a un lado y la observó detenidamente. Sabía que su hija estaba sufriendo, pero no sabía cómo acercarse a ella.

—¿Te viste con tus amigas? —insistió su madre.

Haruka asintió, pero su respuesta fue corta.

—Sí, con Miyu.

So-Yun sintió un alivio momentáneo. Miyu siempre había sido un buen apoyo para Haruka. Pero también comprendió que su hija seguía atrapada en su propio mundo oscuro.

—¿Quieres que hablemos de lo que sientes? Estoy aquí para escucharte —ofreció So-Yun, su voz llena de esperanza.

Haruka sintió un nudo en su garganta. Deseaba que fuera tan fácil. Pero las palabras no salían. En su lugar, solo pudo dejar escapar un suspiro.

—No, mamá. No quiero hablar.

So-Yun sintió que el corazón se le encogía ante la negativa de su hija. Pero sabía que no podía forzarla. A lo largo de la cena, el silencio volvió a instalarse entre ellas, más pesado que antes.

Esa noche, antes de dormir, Haruka se encontró revisando el álbum de fotos de su padre una vez más. Pasó las páginas con suavidad, recordando cada momento compartido con su padre. Se sintió pequeña, perdida entre los recuerdos.

Las lágrimas comenzaron a caer de nuevo mientras pensaba en el pasado y el vacío que dejó su padre. En la última página del álbum, había una foto de ellos tres: Haruka, su padre y So-Yun, todos sonriendo felices. En ese instante, una sensación de pérdida profunda la envolvió.

Mientras tanto, en la habitación de al lado, So-Yun se sentó en la cama, con el corazón pesado. Recordaba los días en que su familia era completa, cuando su esposo estaba a su lado, sonriendo, lleno de vida. Deseaba que su hija pudiera sentir el mismo amor y apoyo que ella sentía por ella, pero sabía que cada una estaba lidiando con su propio duelo a su manera.

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