Amanecer / Capítulo II: La llamada

El motivo de esta novela ligera corta es abordar de manera sensible y realista la conciencia sobre el suicidio y la prevención del mismo a través de la historia de Haruka y sus amigas. La narrativa busca iluminar el dolor emocional y las luchas internas que se enfrentan en estas situaciones, así como la importancia de la comunicación abierta y el apoyo emocional en momentos de crisis.

Los días siguientes se deslizaron como una cinta de tiempo inalterable para Haruka. Las mañanas eran monótonas, las clases pasaban ante sus ojos como un murmullo lejano que apenas podía distinguir. Todo era ruido, ruido que no lograba penetrar el muro de silencio que había erigido dentro de sí misma. Las noches eran peores, cuando el eco de sus pensamientos reverberaba en cada rincón de su mente, llenando el vacío de la casa con la crudeza de su dolor.

Sentía que su corazón se estaba secando. Cada día que pasaba, el vacío crecía, la tristeza se enraizaba más profundamente. Era como si todo a su alrededor se hubiera vuelto inalcanzable, como si estuviera atrapada bajo una capa de vidrio, viendo el mundo pasar sin poder tocarlo.

Un día, después de la escuela, decidió que no podía regresar a casa. No quería enfrentar el silencio de esas paredes, la ausencia aplastante de su padre. En lugar de eso, deambuló sin rumbo por las calles. Las tiendas, las personas, el bullicio de la ciudad… nada la afectaba. Todo parecía estar cubierto por una capa gris de indiferencia.

Finalmente, sin darse cuenta de cómo había llegado, se encontró en el parque donde solía pasear con su padre. El viento que atravesaba los árboles le trajo una ráfaga de recuerdos: las risas compartidas, las conversaciones sobre el futuro, la tranquilidad de esos momentos que ahora parecían tan lejanos.

Se sentó en la vieja banca de madera. El lugar era el mismo, pero ella había cambiado. ¿Cómo podría ser todo tan diferente ahora? Miró hacia el cielo, donde las nubes comenzaban a juntarse, cargadas de promesas de lluvia. Sentía que el cielo reflejaba su interior: oscuro, nublado, a punto de romperse.

—Papá… —murmuró, dejando que el dolor se colara en su voz.

No lloró, aunque lo deseaba. Quería romperse, pero algo dentro de ella seguía aguantando. No podía permitirse llorar. Porque si comenzaba, ¿cómo podría detenerse?


La Llamada Inesperada

Esa noche, mientras yacía en su cama, el sonido sordo de la lluvia contra el techo le recordó cómo solía acurrucarse junto a su padre durante las tormentas cuando era niña. Solían reírse del estruendo del trueno, y él siempre le decía que, mientras estuvieran juntos, no había nada que temer.

Su teléfono vibró. Al principio, no quiso contestar. Últimamente, cualquier tipo de interacción le parecía abrumadora. Sin embargo, algo en su interior la impulsó a mirar la pantalla. Era un mensaje de Miyu.

¿Estás bien? Hace días que no hablas con nadie. Estoy preocupada por ti.”

Haruka leyó el mensaje una y otra vez. El peso de las palabras la apretó. Sabía que Miyu había estado intentando acercarse, pero… ¿cómo podía explicarle lo que sentía? Las palabras parecían inútiles, inadecuadas para describir el abismo en el que estaba atrapada.

Tomó su teléfono, sus dedos temblaban ligeramente mientras tecleaba: "Estoy bien. Solo necesito tiempo."

Mentirle a Miyu se sentía como una traición, pero admitir lo contrario… admitir que no estaba bien, que no sabía cómo seguir, que se estaba hundiendo… eso le aterrorizaba más. No quería ser una carga.


Desmoronamiento

La lluvia golpeaba con más fuerza al día siguiente. El salón de clases estaba oscuro, apenas iluminado por la luz gris que entraba por las ventanas empañadas. El sonido de las gotas contra el vidrio llenaba el aula de una melancolía pesada.

Haruka observaba el agua correr por las ventanas, siguiendo el rastro de las gotas mientras su mente vagaba por recuerdos olvidados. El profesor hablaba sobre literatura, pero sus palabras se sentían como un eco lejano.

De repente, la tristeza la golpeó con una intensidad que no esperaba. Era como si una ola gigantesca la hubiera arrastrado al fondo del océano. Su pecho se apretó, su respiración se volvió superficial, y el peso del mundo cayó sobre sus hombros.

Se levantó de su asiento abruptamente, sin poder contener la desesperación que había estado manteniendo a raya. Sus compañeros la miraron sorprendidos, pero Haruka no vio sus rostros. Salió del aula, ignorando las miradas, ignorando todo, excepto la necesidad de escapar. Correr.

Miyu notó su salida inmediata, una sensación de inquietud la atravesó. Sabía que algo no estaba bien. No podía quedarse sentada y fingir que no lo veía. Se levantó también, pidiendo permiso para seguirla.

Haruka corrió por los pasillos vacíos, el sonido de sus pasos resonando como un tambor en el aire húmedo. No sabía hacia dónde iba, solo quería alejarse de todo, pero no había lugar donde pudiera escapar de su propio dolor.

Salió al patio de la escuela. La lluvia la golpeó con furia, empapándola en segundos, pero no le importaba. Se dejó caer de rodillas sobre el césped mojado, su cuerpo temblando mientras finalmente dejaba salir el torrente de emociones que había estado conteniendo.

—Papá… —susurró, su voz casi inaudible entre la lluvia.

Y entonces comenzó a llorar. Lágrimas silenciosas, pesadas, que se mezclaban con la lluvia que caía sobre su rostro. Todo lo que había estado reprimiendo, todo el dolor, la tristeza, la desesperación, salió en un llanto desgarrador.

Pero no estaba sola.

—Haruka… —La voz suave de Miyu la sacó de su aislamiento.

Miyu corrió hacia ella, la lluvia cayendo sobre ambas, empapándolas. Se arrodilló junto a Haruka, ignorando el frío y la humedad. Sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y dolor.

¿Qué pasa? —preguntó Miyu, su voz temblaba tanto como sus manos—. No puedes seguir guardándotelo. Estoy aquí, Haruka. Dime lo que te está destrozando.

Haruka levantó la mirada, sus ojos enrojecidos por las lágrimas. Por un instante, vio a su amiga a través de una niebla de dolor, y deseó poder decirle todo. Pero las palabras se le atascaban en la garganta. El miedo de ser juzgada, de que Miyu no pudiera entender lo que sentía, la paralizaba.

—No… no pasa nada —intentó decir, pero su voz sonaba hueca, quebrada.

Miyu la miró, con lágrimas en sus propios ojos, y tomó a Haruka por los hombros, con una firmeza suave, pero decidida.

¡No me mientas! —exclamó Miyu, su voz llena de desesperación—. No puedo seguir viéndote así sin saber qué te está pasando. Si soy tu amiga… ¿por qué no confías en mí?

El eco de esas palabras resonó en el vacío de Haruka. La rabia en la voz de Miyu no era lo que la derrumbaba, sino el dolor. El dolor de ver a su amiga sufrir, de sentirse impotente.

Haruka dejó que las lágrimas continuaran cayendo, y en un susurro apenas audible, finalmente se quebró.

El dolor de la pérdida y la búsqueda de apoyo emocional

Papá… —dijo entre sollozos—. Papá murió, Miyu. Y… no sé cómo vivir sin él.

Miyu no respondió de inmediato. En lugar de eso, se inclinó hacia Haruka y la envolvió en un abrazo fuerte, cálido, protector. Era un abrazo que no exigía respuestas, que no pedía explicaciones.

Bajo la lluvia, en el frío y el silencio, ambas se sostuvieron mutuamente. No había necesidad de más palabras.

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