Amanecer / Capítulo IV: Un nuevo comienzo

El motivo de esta novela ligera corta es abordar de manera sensible y realista la conciencia sobre el suicidio y la prevención del mismo a través de la historia de Haruka y sus amigas. La narrativa busca iluminar el dolor emocional y las luchas internas que se enfrentan en estas situaciones, así como la importancia de la comunicación abierta y el apoyo emocional en momentos de crisis. Lee el primer capítulo Silencio. Amanecer es una obra original de https://porupo.moe/

Los días siguientes fueron una mezcla de emociones nuevas y desafíos. Haruka no solo estaba aprendiendo a reconectar con su madre, sino que también comenzaba a explorar sus sentimientos por Miyu. Era un terreno completamente desconocido, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía curiosidad, incluso emoción por lo que podría venir.

Rina, Yui y Nao notaron el cambio en Haruka. Aunque aún no había compartido con ellas lo que estaba sucediendo entre ella y Miyu, sus amigas se alegraban de ver cómo poco a poco recuperaba su brillo, ese que había perdido tras la muerte de su padre.

Una tarde, después de la escuela, las cinco decidieron pasar tiempo juntas en el departamento de Rina. La casa de Rina, que compartía con su abuela, era un refugio para el grupo. La abuela de Rina, una mujer cálida y siempre sonriente, las recibía con galletas recién horneadas y té. Esa tarde no fue la excepción.

Ustedes, chicas, son como las hijas que nunca tuve —dijo la abuela mientras las servía—. Cuídense entre sí, siempre.

Las palabras de la anciana tocaron el corazón de todas, pero especialmente el de Haruka. Miró a Rina, quien le devolvió una sonrisa cómplice. Sabía lo difícil que era para su amiga no tener a sus padres, pero también sabía que la abuela de Rina era su mayor pilar. En un momento de silencio, Haruka se sintió conmovida y dijo, casi en un susurro:

Me pregunto si algún día podré sentirme así de… completa otra vez.

Miyu, que estaba sentada a su lado, la miró de reojo. Sabía que Haruka estaba atravesando una tormenta, aunque no entendía del todo su magnitud. Sin embargo, en ese instante, sintió el impulso de decir algo más allá de lo habitual.

No tienes que enfrentarlo todo sola, Haruka. Estamos aquí, yo estoy aquí.

Haruka bajó la mirada, sintiendo el peso de esas palabras. No estaba acostumbrada a apoyarse en nadie, siempre había sido más fácil construir muros que dejarlos caer.

No sé si sé cómo hacer eso… —respondió finalmente, dejando escapar una risa nerviosa.

Miyu sonrió suavemente.

Está bien. Solo… déjame estar cerca. A veces, eso es suficiente.

El silencio que siguió no fue incómodo, sino reconfortante. Era como si en ese espacio pequeño y lleno de galletas y té, Haruka hubiera encontrado un respiro, una pequeña pausa en la tormenta.

Mientras charlaban y reían en el salón, Nao, con su energía contagiosa, propuso un juego de cartas para animar el ambiente.

Haruka, hoy no puedes escapar del castigo si pierdes —bromeó Nao, guiñándole un ojo.

Haruka sonrió. Se sentía ligera, más que en semanas. Aunque su mente aún vagaba por rincones oscuros, momentos como este la hacían recordar que la vida, con todo su dolor y confusión, también estaba llena de pequeñas alegrías. Las risas, las bromas tontas, los juegos… esas pequeñas cosas eran lo que la mantenía en pie.

En medio de las risas, Rina, quien generalmente era la más callada del grupo, levantó la vista y, casi como si hablara para sí misma, dijo:

Creo que en el fondo todas estamos buscando lo mismo, ¿no? Un lugar donde pertenecer, gente que nos entienda.

Las palabras flotaron en el aire, resonando en todas ellas. Haruka miró a sus amigas y, por un instante, sintió una profunda conexión. Aunque aún no había compartido con ellas todos sus miedos, sabía que este grupo de chicas era su refugio.

Y eso era suficiente, por ahora.


Un paso más allá

Una semana después de esa conversación con su madre, Haruka tomó una decisión importante. Llevaba días dándole vueltas, pero sabía que no podía posponerlo más. Necesitaba visitar la tumba de su padre. Era algo que había estado evitando desde su muerte, pero ahora, sentía que debía enfrentarlo.

Era domingo por la mañana cuando Haruka, tras una larga duda, decidió llamar a Miyu.

¿Puedes venir conmigo? —preguntó, su voz apenas audible, como si las palabras pesaran más de lo que debería.

Miyu, siempre dispuesta, respondió con un tono suave y firme.

Por supuesto, Haruka. Estaré allí en veinte minutos.

El silencio invadió el camino hacia el cementerio. No hubo necesidad de palabras. Miyu caminaba a su lado, ofreciendo su presencia como un refugio silencioso. Cuando finalmente llegaron a la tumba de su padre, el aire se sentía pesado, casi solemne, y Haruka se detuvo frente a la lápida, congelada en el tiempo.

Los recuerdos la golpearon como una ola imparable. Su padre riendo, abrazándola, llevándola al parque… Las lágrimas cayeron sin previo aviso.

Papá… —murmuró, mientras se arrodillaba frente a la tumba. Sentía que algo en su pecho finalmente se rompía—. Te extraño tanto.

Sus palabras temblaban, pero no dejó que el silencio la aplastara. Continuó hablando, dejando que todo su dolor reprimido fluyera libremente.

Me dejaste… y no sé cómo seguir adelante sin ti. Pero ahora, sé que quiero ser fuerte, por ti. Quiero seguir, aunque me duela. Quiero ser feliz… por ti. —respiró hondo—. Y sé que no estoy sola. Tengo a mamá, tengo a Miyu…

Giró la cabeza para mirar a Miyu, quien la observaba con una mezcla de tristeza y comprensión. Miyu no dijo nada, solo mantuvo la mirada. Ese silencio lo decía todo.

Te prometo que intentaré ser feliz, papá —susurró Haruka, mientras las lágrimas seguían cayendo—. Por ti. Y por mí.

Pasaron varios minutos antes de que Haruka sintiera que podía levantarse. Miyu se acercó lentamente, arrodillándose a su lado. Le tomó la mano con delicadeza, el tacto cálido en contraste con el frío del ambiente.

Estoy orgullosa de ti, Haruka. —La voz de Miyu apenas fue un susurro, pero las palabras cayeron con peso—. Hoy has dado un gran paso.

Haruka asintió, sin poder hablar por un momento. Era verdad. Había dado un paso, uno importante, pero sabía que aún quedaba mucho por recorrer. La tristeza seguía ahí, pero, por primera vez en mucho tiempo, sintió que no estaba caminando sola.

Gracias, Miyu —dijo finalmente, su voz quebrándose ligeramente—. No sé qué haría sin ti.

Miyu la miró con ternura, sus ojos reflejando algo más que simple amistad.

Siempre estaré aquí. No tienes que hacer esto sola.

Ese momento, bajo el cielo gris y las lápidas que las rodeaban, marcó el inicio de un nuevo camino para Haruka. Un camino que, aunque lleno de dolor, ya no parecía tan imposible de recorrer. Y, a su lado, Miyu sería su apoyo incondicional.


El Festival Escolar

Con el paso del tiempo, la vida de Haruka comenzó a encontrar un nuevo equilibrio. Las heridas no desaparecieron, pero se volvieron más manejables. El apoyo de su madre, sus amigas y, sobre todo, de Miyu, se convirtió en la base sobre la que construía su nueva realidad. Sin embargo, había momentos en los que las sombras de su pasado aún la asfixiaban, y en esos instantes, sentía que el suelo bajo sus pies era frágil. Pero Miyu siempre estaba allí, sosteniéndola.

El festival escolar, uno de los eventos más esperados del año, llegó. Cada clase se encargaba de un puesto o una actividad, y las chicas decidieron participar juntas en la organización de un café temático. Yui, con su lado artístico, se encargó de la decoración. Nao se ofreció para ser la anfitriona, asegurando que sería la más divertida. Rina se encargó de la música y la ambientación. Haruka y Miyu se encargaron del menú y las bebidas.

El día del festival, el ambiente estaba lleno de emoción. Los pasillos de la escuela estaban decorados con luces y carteles, y los estudiantes, vestidos con disfraces temáticos, se movían de un lado a otro, atendiendo a los visitantes.

En el café de las chicas, todo transcurría con normalidad. Haruka se sintió a gusto entre sus amigas, sonriendo genuinamente por primera vez en mucho tiempo. Aunque no lo admitía abiertamente, el tiempo que pasaba con ellas le había devuelto la esperanza. Pero había algo más, algo que no podía ignorar: cuando estaba cerca de Miyu, sus pensamientos se volvían más claros, su corazón más ligero.

Es raro verte tan relajada —dijo Miyu mientras se acercaba a ella, sirviendo una taza de té. Había una ligera sonrisa en sus labios, pero sus ojos mostraban una preocupación oculta.

Es gracias a ustedes —respondió Haruka, mirando de reojo a sus amigas. Pero entonces, su mirada se desvió hacia la entrada del café, y su corazón dio un vuelco. Allí, entre la multitud, estaba su madre.

So-Yun había decidido asistir al festival, algo que Haruka no esperaba. Al principio, se sintió nerviosa, pero cuando su madre le sonrió desde lejos, sintió una extraña calma. Era una sensación a la que no estaba acostumbrada, pero que en ese momento le dio fuerzas.

—Veo que tu mamá vino —comentó Miyu, acercándose aún más, sus ojos fijos en los de Haruka.

—Sí, no lo esperaba, pero… me alegra que esté aquí —murmuró Haruka, intentando no dejar que la emoción la abrumara.

Miyu la miró en silencio durante unos segundos, como si estuviera analizando cada palabra, cada expresión. Finalmente, rompió el silencio.

Sabes, cuando te alejaste de todas nosotras, pensé que tal vez nunca volverías a ser la misma —confesó Miyu, su tono era suave, pero había un dolor oculto en sus palabras—. Pero… cada vez que te veo sonreír así, siento que hay esperanza. No solo para ti, sino para nosotras también.

Haruka la miró fijamente, sin saber qué decir al principio. Nadie había hablado con ella de esa manera, con tanta sinceridad. Sintió un nudo en la garganta, pero lo forzó a disolverse.

—Gracias, Miyu. No sabes cuánto me ayuda saber que estás aquí.

El festival continuó con risas y momentos memorables. Haruka y Miyu compartieron miradas cómplices y pequeños gestos de afecto, mientras que Nao y Rina se divertían haciendo bromas a los clientes. Pero entre la algarabía, había una tranquilidad en el corazón de Haruka que hacía mucho tiempo no sentía.

Cuando la tarde empezaba a caer, y los últimos rayos de sol se filtraban por las ventanas, Haruka se encontró sola con Miyu en un rincón del café. Ambas estaban cansadas, pero el ambiente que las rodeaba era cálido y reconfortante.

—Miyu… —Haruka comenzó a decir, sin saber bien cómo continuar. Las palabras siempre le costaban cuando se trataba de sentimientos.

—¿Sí? —respondió Miyu, girándose hacia ella, sus ojos brillando con curiosidad y algo más, algo que Haruka no lograba descifrar del todo.

—Quería decirte que… tengo miedo. Miedo de volver a perderme. De que todo esto no sea suficiente para dejar de sentirme rota.

Miyu se acercó más, hasta que sus manos rozaron las de Haruka. No había ni una pizca de duda en su mirada cuando habló.

—No importa cuántas veces te sientas rota. Estaré aquí. Para recogerte las veces que haga falta.

Las palabras de Miyu cayeron como un bálsamo sobre el corazón de Haruka, quien, por primera vez en mucho tiempo, se permitió bajar las defensas.

—Gracias, Miyu. Realmente me haces sentir que todo puede estar bien.

La tarde cayó por completo, y mientras las luces del festival se encendían, Haruka supo que, aunque su camino seguiría siendo difícil, ya no lo recorrería sola.


Un nuevo comienzo

El festival había sido un éxito, pero Haruka sabía que la verdadera batalla no se libraba entre luces y risas. Era interna, una guerra silenciosa que llevaba tiempo enfrentando. La depresión había intentado arrastrarla a lugares oscuros, donde parecía imposible encontrar una salida. Había pensado en rendirse, en dejar que el dolor la consumiera. En esos momentos, la soledad era su única compañera, hasta que Miyu apareció y no la dejó caer.

Unas semanas después, Haruka y Miyu decidieron verse en el parque donde tantas veces habían compartido silencios incómodos y palabras no dichas. Pero esa tarde era diferente. El aire estaba cargado de emociones, de aquellas cosas que llevaban mucho tiempo ocultas bajo la superficie.

—Haruka... —comenzó Miyu, su voz suave, pero llena de una intensidad que jamás había mostrado antes—. Yo... he estado pensando mucho en esto. Lo que siento por ti... no es solo amistad. No sé cuándo cambió, pero sé que te amo. Y pase lo que pase, quiero que lo sepas. No importa cuánto te duela o cuánto intentes alejarte, siempre estaré aquí, a tu lado.

Haruka sintió el calor subiendo por su rostro, su corazón latiendo más rápido. Las palabras de Miyu atravesaron la barrera que había construido, haciéndola temblar. Nunca había imaginado que alguien pudiera amarla de esa manera, incondicionalmente. Y, sin embargo, ahí estaba Miyu, frente a ella, confesando lo que Haruka siempre había temido escuchar.

—Miyu... —susurró Haruka, mirando al suelo, insegura de cómo responder—. No sé si puedo ser la persona que esperas que sea. A veces... a veces siento que estoy rota, que no soy suficiente para ti. He pensado en tomar decisiones que me asustan, he sentido cosas que no puedo controlar... pero tú, siempre has estado ahí. Incluso cuando yo no quería que lo estuvieras.

Miyu dio un paso hacia adelante, su mirada intensa, pero llena de amor.

No tienes que ser perfecta, Haruka —dijo con firmeza—. Solo quiero que seas tú. Con todo tu dolor, tus miedos... yo quiero estar ahí para ti. No tienes que cargar todo sola. Déjame ser parte de tu vida, de todo lo bueno y lo malo.

Haruka levantó la mirada, encontrando los ojos de Miyu llenos de una ternura que la desarmó por completo. La tensión entre ambas crecía, pero no era dolorosa, era una tensión cargada de emociones que pedían ser liberadas.

—Te necesito —dijo Haruka, su voz quebrándose—. No sé cómo, pero te necesito.

En ese momento, Miyu, sin decir una palabra más, cerró la distancia entre ellas. Sus manos se deslizaron suavemente hasta el rostro de Haruka, levantándolo con delicadeza. Haruka sintió cómo sus corazones latían al unísono, cada latido resonando en sus cuerpos. Y entonces, Miyu la besó.

El beso fue suave al principio, casi tímido, pero a medida que sus labios se unieron, Haruka sintió cómo todo su mundo se desmoronaba y reconstruía al mismo tiempo. Cada emoción, cada lágrima contenida, se derramaba en ese beso. No era solo un acto físico, era una promesa, un compromiso de estar allí, de no huir, de enfrentar juntas todo lo que viniera.

Haruka cerró los ojos, permitiendo que el momento la envolviera. El dolor seguía ahí, pero en ese instante, en los brazos de Miyu, se sentía más ligera. Se sentía amada. Y por primera vez en mucho tiempo, se permitió amar de vuelta. Sus labios se movieron con más seguridad, profundizando el beso, dejándose llevar por el calor que ahora compartían.

Cuando finalmente se separaron, ambas respiraban agitadamente, pero con una sonrisa suave en los labios. Miyu, aún con las manos en el rostro de Haruka, le susurró:

Siempre estaré aquí, Haruka. Siempre.

Haruka, con los ojos aún brillando por las lágrimas, la miró fijamente.

Y yo también. No quiero estar sola más. No quiero seguir huyendo. Contigo... contigo puedo ser yo misma.

Miyu la abrazó fuertemente, sintiendo cómo ambas corazones se alineaban en un ritmo perfecto. Había mucho por sanar, pero el amor que compartían era el primer paso.

Mientras caminaban de la mano por el parque, el sol comenzaba a ocultarse, y Haruka sabía que, aunque el futuro era incierto, ya no tendría que enfrentarlo sola. Ese beso había sellado algo mucho más grande. Era un nuevo comienzo.

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